Ayer me escapé al National Geographic en Madrid a una conferencia de Victor Ochoa, un brillante escultor cercano a mi familia, pero a quien nunca había tenido la oportunidad de escuchar hablar de su trabajo. Estaba allí como invitado de honor Miguel de la Cuadra Salcedo, con un aire más fatigado de lo que lo recordaba, pero con una mente inquieta y desbordada de preguntas para su amigo.
Victor nos contaba como sus viajes habían sido la fuente de inspiración para sus obras, y cómo los cuadernos de viaje le habían permitido acotar la realidad y hacerla más tangible a lo que luego darían forma sus manos. Salcedo, viendo el magnífico arte que esos cuadernos de viaje habían sido capaces de engendrar, se preguntaba con cierta indignación cómo es que el cuaderno de viaje no era un elemento obligatorio en todo colegio para los niños, que pudieran tener siempre cerca una herramienta que les permitiera plasmar su yo, sus inquietudes, su pensamiento espontáneo, su visión creadora del mundo.
Y eso me hizo pensar. Me hizo pensar que tanto a niños como a adultos, quizás nos vendría bien llevar con nosotros un cuaderno de viaje personal, donde plasmar ideas, pensamientos, creaciones, una especie de espejo del alma donde atrapar momentos y sobre todo posibilidades que de otra manera pueden difuminarse y perderse en el olvido. Porque en estos tiempos de desconfianza general, lo más triste es que podamos perder la confianza en nosotros mismos, que acabemos dejándonos llevar por la rutina, por lo seguro, por lo que ya conocemos de nosotros mismos, y que nos venza el miedo a salirnos de ahí y a crear algo nuevo para nosotros.
De entrada nos cuesta dar forma a esos sueños, y así empiezan a volar, se alejan, se escapan, y en algún momento suena una campana que nos devuelve a alguna actividad propia de nuestra rutina, que nos frena y nos apaga de nuevo. Pero los momentos de inspiración existen en cada uno de nosotros, esos momentos en los que imaginamos, en los que soñamos, en los que nos rascamos dentro y encontramos otra persona que nos gustaría ser y que podríamos ser.
Cuánto nos puede inspirar un cuaderno de viaje, que nos permita crear y atrapar nuestros sueños, un cuaderno que podamos retomar en un momento de silencio, y recordar lo que hemos sido capaces de generar en un determinado instante, y trabajar en darle forma, y más forma, dando pequeños pasos hacia construir algo que se asemeje más a lo que queremos ser.
Anoche, cuando llegué a casa, agotada tras meses de insomnio por mi reciente maternidad, me entraron de repente unas ganas tremendas de escribir, algo que siempre he temido empezar porque mis palabras iban a hablar demasiado de mí. De momento hoy he vencido ese miedo y he sido capaz de escribir unas primeras líneas, y sobre todo, me he sentido inspirada para comenzar a escribir mi propio cuaderno de viaje. Gracias Victor por revolverme por dentro.