Friday, May 3, 2019

Bajeviro



Día 22

.- Llevan dos semanas sin venir al colegio, a muchos se les ve más delgados.

Ulli, nuestra compañera austriaca, voluntaria de Help2kids, lleva cuatro años colaborando con la escuela primaria de Bajeviro, desde la pasión de su formación en educación especial. Conoce muy bien a los niños, y sabe que muchos solo tienen dos comidas al día, su papilla de desayuno y su pasta de arroz con judías para comer, las que les proporciona el programa. Todos los días el mismo plato. Hasta el día siguiente. En casa sencillamente, no hay comida.

Por eso cuando el colegio se va de vacaciones por dos semanas, esos cuerpillos se resienten. Qué difícil rendir cuando apenas has comido y pasas el día entero en un aula sin electricidad, con un uniforme pegado al cuerpo por la humedad y un maestro que no sabe muy bien qué enseñarte.

Cuando empezamos a madurar la idea de ir a Tanzania, nuestro primer objetivo era poder visitar un colegio, y entender cómo funciona aquí la educación. No sabía muy bien como darle forma, hasta que me topé con esta ONG, que aceptó que fuéramos las tres como voluntarias, a pesar de vuestros siete y ocho años.



Nuestra ilusión era trabajar con los niños de Bajeviro hasta que, unas semanas antes de venir, nos comunicaron que justo el día que llegábamos, el colegio comenzaba sus vacaciones. Se nos truncaban nuestros planes, igual que se truncaba el alimento de muchos de estos chicos, lo que ni se nos había pasado por la cabeza desde nuestra cocina de Madrid.

Pero hoy el colegio reabre sus puertas y queremos dedicar la última semana a trabajar con ellos. Esta mañana rompemos nuestra rutina de ruta hacia el orfanato para llegar al colegio, realmente muy cerca de casa. Un camino sin asfaltar nos lleva hasta un cartel que reza Bajeviro - Wamato, el partner local de la escuela. Accedemos a un patio de tierra con una sencilla construcción a su alrededor, que alberga las ocho clases, una por grado. Vemos de lejos a los niños entre los barrotes de las ventanas como única ventilación.

Nos recibe Marina, una joven chipriota, directora del colegio y parte del equipo de la ONG. Nos cuenta que hoy es día de exámenes para los alumnos de sexto y séptimo, que han cambiado inesperadamente de fecha.

.- Con este gobierno nunca se sabe, - dice resignada.

Pasamos por las clases donde niños recostados de cansancio y aburrimiento se pelean con varias pruebas en hojas manoseadas, vencidos al calor y la humedad.


.- Es requisito del gobierno que retiremos todo el material de las paredes de clase para los exámenes - se excusa Marina. Para que no hagan trampa.

Marina parece cansada, está un poco ida y me da la sensación que le incomodamos. Nos asigna la clase de seis años, donde Ulli trabaja con los "slow learners", los de aprendizaje lento. La etiqueta se las trae, pienso.

Son 79 niños en clase con la maestra. Sí, setenta y nueve. Pero si solo eso fuera lo peor. La maestra no tiene especial agenda para unos niños joviales y ávidos de aprender. No parece haber preparado nada para hoy. Y me temo que lo de hoy no es una excepción.

.- Sentaos aquí en esta mesa con los chicos cuando vuelvan del recreo, - os trata con condescendencia.

.- No, si hemos venido a ayudar, estamos bien aquí de pie - te posicionas Maite, con gesto de no darle importancia.

Julia te aferras a mi.



La maestra lo intenta una y otra vez, os manda al patio a jugar con ellos, pero vosotras os resistís.

Una niña de cuarto curso toca por fin al aire una antigua campana de mano como señal de que acaba el recreo. Los niños regresan al aula agitados, corren, chillan, se empujan, se tiran al suelo. Hasta que la maestra les llama al orden. Se sientan disciplinados en sus incómodos pupitres de madera, mirando de frente, esperando alguna instrucción.

.- Podéis recoger sus archivadores. Apuntad quien ha traído su carpeta después de las vacaciones, - nos pide.

Me da un trozo de papel arrancado para que tome nota de los nombres de los chicos y evidenciar a los olvidadizos. O a los que vuelven a casas sin alimento, donde no hay cabida para pensar en carpetas.

La maestra os propone corregir varios ejercicios de matemáticas de sus cuadernos.

.- Las correciones, siempre en rojo, muy importante, - puntualiza.

Hasta te acompaña Julia a otra clase a buscar un tercer bolígrafo rojo.

.- ¿Qué hago si tienen mal las respuestas? - preguntas Julia, horrorizada de condenar la auto estima de niños que acabas de conocer.

Pasa una hora larga y nosotras seguimos revisando cuadernos mientras la profesora mueve papeles de un lugar a otro, otorgándose aire de estar muy ocupada, sin saber realmente qué hacer. Una niña intenta borrar con su dedito índice una suma mal hecha en lapicero.



.- ¿No tenéis una canción para cantarles? - pregunta sin especial interés, más para salir del paso.

Echamos mano de nuestro repertorio de colegio americano, y nos venimos arriba con canciones de sumas y algún otro juegos de números. La iniciativa les entretiene, más que estar mirando al infinito, tal y como hacen gran parte del día. Pero me incomoda pensar cómo cada voluntario llegamos con ideas sin conexión, que dejamos a medias inexorablemente y sobre todo, que los maestros no hacen suyas. Y se acaban esfumando.

A Ulli le revienta.

.- Claro, aquí vienen unos días, cantan unas cancionistas, juegan un rato, dicen, "qué monos", y luego no sucede nada. Y hasta el siguiente voluntario.

Me siento mal porque tiene más razón que un santo. No hay más que verle sentada en el patio de arena, con su grupo de chicos que conoce a la perfección, a los que llama por su nombre y conversa en swahili, repasar números con unos ábacos verdes de plástico que acaba de traer de un viaje relámpago a Omán. Les habla con rigidez y les exige, en su tono rudo de austríaca. Porque les aprecia y espera de ellos. Los demás niños, cuando es la hora del patio, salen corriendo a ver qué maravilla sucede en ese rincón que acoge el aprendizaje. Ulli les sirve la papilla a todos ellos por la mañana, sentada delante de un gran barreño y relame finalmente su propia taza, en un gesto de empatía.

.- ¿Dónde comen? le preguntaba antes a Marina, visualizando un comedor de colegio repleto a la hora del mediodía.

Marina hace una mueca y nos señala el mismo patio donde juegan, bajo un sol intenso y la sombra de algún árbol. Allí, en fila y con su propio cuenco de plástico que traen todas las mañanas, esperan su plato de pasta de arroz con judías. Siempre pasta de arroz con judías. Con la suerte de tenerlo.



Una graciosa niña con trencitas me pide con un gesto jugar a las manos, el clásico juego de patio de nuestra infancia. Les enseñáis vuestro "Calipo, es el helado que te quita el hipo".

.-¿ Juegas conmigo?,- le preguntas Maite, buscando una conexión.

La niña de las trencitas se viene abajo con gesto de que aquello es muy difícil para ella.

Y yo, claro, ajena a su nombre, me quedo con la niña de las trencillas en uniforme. Como para ella,  también somos esas blanquitas que vienen y van.

Los niños comienzan a hacer un corro alrededor vuestro, con curiosidad, se amontonan, más y más, hasta estar literalmente encima vuestro.

.- Mami, no puedo respirar, - exageras un poquito Maite, aunque reconozco que la escena no es especialmente liviana.

Hace un calor de infierno. Intentáis salir de aquel agobio, pero los chicos se lo toman como un juego, y os persiguen por todo el patio, como abejas alrededor de la miel. Julia, te refugias con Nathalie, las dos tan discretas. Maite, no te dan tregua y te persiguen. Huyes y corren detrás tuyo en bandada. Pierdes tu chancleta. Un niño de los cursos mayores toma la iniciativa.

.- Teacher - así llaman a todo adulto en contexto educativo - dime qué necesitáis, que yo se lo traduzco.

.- Te lo agradecemos, le digo. Mira, que nos encanta jugar con ellos, pero que nos gustaría tener un poquito más de espacio si es posible - le pido en tono suave y conciliador.

El niño aprovecha sus ganas de soltar un rapapolvos a los más pequeños y se recrea en una charla en swahili al más puro tono hitleriano, apuntándoles con el dedo a grito pelado. Los niños reaccionan y parece que toman distancia. Mi estilo Montessori no debe de funcionar mucho por estos lares.



Esa tarde, mientras trabajaba conectada a Estados Unidos, recibo un mensaje de Erik.

.- Tenemos una reunión de urgencia sobre Bajeviro por la noche en la sede de la ONG. ¿Puedes venir? Es importante.

El imprevisto me parte, tengo mucho tomate de trabajo y se lo hago saber, pero me insiste en que vaya si es posible.

.- Tengo una reunión justo antes con Marina y Binta, la Directora del programa en Tanzania, - sentencia.

Parece serio sí. Así que decido cambiar de planes y cruzarme la cuidad ya de noche cerrada para ir al Friendly Gecko. Es tarde ya, así que os quedáis con papá, que es nuestra última semana y luego le echaréis de menos.

Hoy han venido algunas personas del gobierno a supervisar exámenes, y Ulli nos había contado que el gobierno se opone a que los voluntarios tengan especial iniciativa en las aulas y les limitan a ayudar a los profesores a corregir ejercicios.

Ya la he pifiado con tanta cancioncita, verás, pienso de camino.



Nos recibe el equipo con cara descompuesta.

.- Hemos recibido esta mañana un email de Mama Chua, de Wamato, donde tras una historia rocambolesca de estafa y corrupción de los propios profesores a los padres de colegio, nos insta a abandonar el centro para siempre en 24 horas. Después de siete años de proyecto compartido.

Tras una investigación de meses, el Director y dos profesores, cercanos a Mama Chua, fueron despedidos justo antes de las vacaciones, decisión que ella desaprueba. Una decisión a cal y canto que pone fin a seis años de liderazgo de este proyecto en Bajeviro, donde la ONG gestiona la escuela, financia los sueldos de los profesores, y dirige el programa de comida y salud.

Cuatrocientos noventa niños abandonados a su suerte. La ilusión truncada de Ulli de empujarlos a un futuro mejor.

Llevo apenas tres semanas como parte de esta pequeña comunidad, pero muero de pena y desconcierto. Las palabras se entrecortan, los minutos de silencio son eternos. Hago muchas preguntas, intento entender. Me entrego a la indefensión de una sociedad negra que se niega a que vengamos los blancos a solucionarles sus problemas. Y quizás tengan sus razones de peso.

Ulli está en shock. Hasta que rompe a llorar. Como tragándose el llanto. Durante una hora larga.

.- Solo quiero decirte que hoy te he visto en el patio, entregada con los chicos con los ábacos, y has sido una gran inspiración para mi. Tienes que estar orgullosa de todo lo que has hecho, - le digo en bajito.

A Ulli no le consuelan lo más mínimo mis palabras. Porque no hace todo esto para sentirse bien, sino con la profunda voluntad de sacar a esos chicos de la rutina de la papilla y la masa de arroz con judías el día de mañana.

Vuelvo a casa muy tarde y Maite, te has dormido preocupada con los intriga de la reunión de urgencia. Me oyes llegar.

.- Mami, ¿está todo bien? ¿Hemos hecho algo mal nosotras?, - me preguntas entre sueños.

.- No, cariño, todo está bien. Mañana os cuento.

Y la verdad, no tengo ni idea cómo os lo voy a contar.



Tenemos la mañana siguiente para vaciar despachos, repartir material y despedirnos de los chicos. Nosotras apenas hemos estado aquí dos días y no hemos tenido la oportunidad de conectar realmente con los chavales, de conocerles por su nombre, como con Angelina, Happiness, Issa, Wiston, Cigna o Evaristo en el orfanato. Pero me angustia la incertidumbre en la que quedarán estos niños, ya no solo en su educación, sino en su acceso a la comida y a la salud. Y la de estos maestros, que no saben quien pagará sus sueldos a partir de mañana, y que quizás quieran dar lo mejor de sí, pero no saben cómo.

.- Pero mami, no lo entiendo, - te indignas Julia por la mañana, de camino a Bajeviro en nuestro bajaje.

Yo tampoco, preciosa.

Emmanuel nos da aire freso y un tinte de esperanza. Maestro joven de segundo grado, tiene energía y voluntad por mejorar en su profesión. Le miro con prudencia, porque me cuesta calarles realmente. No es fácil entender quien tiene realmente interés y quien lo finge. Hasta alguno de los profesores despedidos por fraude eran personas de confianza de la organización y de Ulli también.

Tocamos la tristeza y la frustración que despierta la traición a la confianza.



Hoy la clase de segundo tiene sus sesenta alumnos, menos masificada que la de Infantil, con la que trabajamos ayer. Pero los chicos de quinto están sin profesor, no sé muy bien por qué, así que Emmanuel los acoge también hoy. Otros sesenta. Los mayores no hablan inglés porque hace tan solo tres años que el idioma se ha introducido en la escuela, con la intención de prepararles para la escuela secundaria, donde ya todas las materias son en inglés.

No sé cómo, pero caben los ciento veinte, todos juntos en este aula. Sentados en sus viejos pupitres de madera, se acurrucan los unos contra los otros. Y nos miran con hambre de aprender. Sacamos de la chistera la canción de los números. Maite lideras el cotarro, tú en tu salsa. Julia, disimulas tu timidez dirigiendo mi mano en la coreografía como si yo fuera un teleñeco. Los chavales se tronchan de risa y nos acompañan con energía. Habituados a recitar de memoria en tono militar, se permiten divertirse en la que será nuestra última mañana.

.- ¿Me escribís por favor la canción? - os pide Emmanuel.

La repetimos una y otra vez a coro hasta tener la mejor versión.  Emmanuel graba un vídeo para poder recordarla cuando nos hayamos ido. No me atrevo a hablar de que hoy es nuestro último día, porque no acierto muy bien a entender quien piensa qué y si realmente les da pena que nos vayamos o quedarán aliviados.



Pienso que, igual que nosotras, han pasado por aquí decenas de voluntarios, que van y vienen, aportan alguna idea suelta, pero sin especial conexión, y se esfuman, dejando una nubecilla, como en un cómic. Y los niños se quedan aquí, hacinados en sus pupitres, mirando ansiosos a la puerta nuevamente hasta el siguiente estímulo.

Estos blancos que vienen, nos sonríen, nos divierten pero que son prescindibles al fin y al cabo. Y luego están los maestros, los importantes, los de los bolígrafos rojos que corrigen y tachan, los que escriben de espaldas en la pizarra y nos exigen que nos callemos. Porque es lo que tenemos que hacer, imagino que piensan.

Vemos pasar a Ulli con montañas de juegos que salen del despacho de Marina y han decidido repartir a los profesores antes de irse. No doy crédito a la cantidad de material abandonado en los rincones. Realmente nadie sabe qué hacer con él.

.- Quizás, para el futuro, deberíamos guardar todo el material en el Friendly Gecko, - me comenta Nathalie con razón.

Nos agobia un poco tanto caos, es complicado generar un cambio y saber por dónde empezar.



.- ¿Nos cantaríais a nosotras una canción en swahili? - le sugiero a Emmanuel, con intención de vivir el presente, que es lo que nos queda.

.- ¡Claro! - reacciona entusiasmado.

 Propone a los chicos cantarnos la versión Bajeviro de Malaika como despedida. Emmanuel sin saberlo me regala un viajecito a mi juventud.

.- Malaika, nakupenda, Malaika. Mi princesa, te quiero, mi princesa, - lloraba su autor a un amor imposible.

La carne de gallina.



Nosotras marchamos antes de que Marina reúna a todo el colegio para dar la noticia de que hoy será el último día de la organización después de seis años. Traspasamos la valla de Bajeviro con tristeza e indefensión, sin haber generado un vínculo real con esas decenas de niños que nos perseguían incansablemente por un patio de arena y que repasaban las líneas de nuestra piel con curiosidad.

.- ¿Pero entonces no tendrán colegio al que ir? - preguntáis desconcertadas.

.- No lo sé, nadie lo sabe hoy.

Me quedo con Bajeviro como la nebulosa de un sistema arcaico, pesado y lento como un elefante, con ojos ávidos de aprender y energía a raudales, pero sin rumbo definido, como velas con brillantina en una tarta de cumpleaños que prometen, pero que acabarán apagándose. Y que tristemente cultivarán la misma espiral para la siguiente generación.



Esta es la semana de las despedidas. Hemos quedado en ir a ver a los chicos del orfanato un último día, aprovechando que el uno de mayo es festivo y ellos están en casa. Volver allí es un remanso de paz. Retomamos los momentos de miradas francas y conversaciones serenas.

.- Uy, Leyre, a ver si encuentras a Maite y a Julia, ¡no están! bromea Cigna con esos ojos vivos de haberlo visto todo.

.- ¿Donde estarán?... les sigo el juego mientras las chicas me conducen por primera vez a sus habitaciones.

Os escondéis detrás de la puerta. Como siempre. Dos habitaciones con literas limpias y ordenadas me hacen pensar que nuestras chicas descansan bien por las noches, aunque no tengan el cuento de sus padres o el beso de buenas noches. Se tienen a ellas, y como todo niño, viven con relativa normalidad la realidad que les ha tocado. Confío en que saldrán adelante. Tienen magia.

.- ¿Volveréis?

.- Nos encantaría.

.- Pero cuando venís, ¿en Junio? . me agarra del brazo Francisca, impaciente.

.- No lo creo, pero intentaremos volver. Algún día.



Se me hace un nudo en la garganta. Nos hemos sentido tan en casa que se me olvida donde estamos. Creo que ellos nos dejarán más huella de que la que nosotras les dejamos. Nuestro egoísmo me incomoda un poquito.

Gracias chicos de Kunduchi. Sois la bomba.

Y en una vida de contrastes, hoy Ana, Sunday y Papi vienen a buscarnos al orfanato para ir a casa de Tanya, dueña de la ONG en la que trabaja papi, que nos ha invitado a una barbacoa. Tanya y su marido son propietarios de una gran empresa de distribución de material de construcción. Intuyo que una barbacoa en el país de las carnes desoladoras asoma cierto privilegio.



Tres imponentes baobabs vigilan la entrada de la finca. Nos abren la valla dos masais perfectamente uniformados. Tanya, con sus 55 años y su marido Hamish de 62, nunca tuvieron hijos, pero viven con varias familias de masais y apadrinan a un total de treinta niños, de los cuales muchos viven discretamente en la propiedad. Luego aprenderemos que los masais son normalmente los encargados de vigilar las propiedades, por lo visto porque son especialmente leales a su dueño y a la vez pueden ser muy agresivos, un instinto de supervivencia que han desarrollado de vivir con leones.

No damos crédito. La casa de Tanya y Hamish es un auténtico museo de esculturas africanas, con estancias al más puro estilo Memorias de África, y una piscina desbordante sobre una playa privada donde una escultura de piedra de un cocodrilo mira de reojo al índico. Nos cuentan una historia de resiliencia, de la vida de un blanco en África a lo largo de los años. Nacidos en Rhodesia, la antigua Zimbawe, de familias tabacaleras medio británicas-americanas de origen, tienen en Cape Town su segunda casa y llevan estos veinticinco últimos años en Dar es Salaam.


Hamish es uno de los apenas 250 blancos de nacionalidad tanzana en el país. Cuenta que para obtener la nacionalidad pasó 39 entrevistas, de las cuales le cancelaron 18 después de horas de espera. Nos hablan de sus inicios, de un disparo en la cabeza cuando era joven, de sus fracasos, de comer arroz en la calle, de historias de estafa y de corrupción. Lo cuentan con la fuerza de quien lo ve desde la distancia y el aprendizaje. De quien ha conseguido el éxito por no haberse rendido. Y hasta lo dibujan en una línea de la vida.

Te doy ideas, Julia.

.- Mira, a mi me gusta escribir, pero otra manera de recordar es dibujando, tú que eres la artista de la familia.

.- Mami, yo quiero tener un blog.


Hamish te enseña Maite a hacer piruetas en su piscina.

.- Me encantan estas niñas que se te plantan de frente. Te observan y te imponen con su mirada.

Viniendo de Hamish, es todo un cumplido.

Hoy le hemos cantado cumpleaños feliz a Papi en las mini oficinas de Nipe Fagio en las que lleva trabajando estos dos meses. Lo que nos ha costado encontrar una velita para soplar, hasta que ha aparecido una en un cajón en casa de Tamada y Adela, las vecinitas que habéis conocido estos últimos días. Al regresar, les hemos devuelto la vela al cajón.

Aquí cada pequeña cosa tiene su valor. Espero que no se os olvide pronto.



Han pasado 555 horas desde que llegamos según tu cronómetro, Maite. Es hora de volver. A casa. A donde habéis tenido la suerte de nacer. A donde la sensación de suerte se esfuma en la rutina. Suerte de poder abrir el grifo y bebe agua potable, de poneros enfermas y tener medicinas, de sentir hambre y tener alimento, de poder aliviados del calor y arroparos del frío, de tener un colegio que os ayuda a crecer de una u otra manera.

Y la vez pensamos en la suerte Didi, de tener medicinas tan cerca en el bosque y fuerza en las piernas para trepar baobabs, en la de los niños de Bajeviro, de Kunduchi y del orfanato por apreciar las pequeñas cosas, suerte de los que van a trabajar en bajaje con el viento en la cara, y en los niños de Selous por vivir tan cerca de las jirafas y los elefantes.

.- No nos queremos ir, - decís por fin con añoranza de lo que ya es un cachito de mundo, un poco vuestro también.

Volveremos. Vuelve pronto papi.