Después de estos cinco años
intensos repartiendo los segundos contados al día entre el trabajo y mis dos princesas, este pasado mes de enero, en ese momento en el que
el calendario te revuelve las intenciones, desperté con dos nuevos propósitos en mi cabeza. Podía
haber sido uno solo, pero no, en mi espíritu inquieto afloraron dos, al mismo
tiempo y con la misma urgencia. El de seguir creciendo a través de alguna
actividad de voluntariado que tanto me ha aportado en el pasado, y retomar el
teatro en alguna de sus formas, en ese siempre viaje vertiginoso hacia mi
interior sobre las tablas.
Buscando y rebuscando en el baúl caótico de internet, me llama la atención la Fundación Down Madrid reclutando "actrices voluntarias sin discapacidad para compañía de teatro inclusiva". Caigo en el abismo de esa palabra densa y a la vez turbia como es la capacidad, forzados por la necesidad de poner un calificativo a todas las cosas, como quien pretende poder valorar quien está capacitado y para qué.
Acabando la frase de reclamo del anuncio que leo, el concepto de "teatro inclusivo" me transporta al entorno de integración que vivo en el colegio de mis hijas, donde niños sordos y oyentes comparten con normalidad un mismo mundo, aunque nunca he pensado hasta ahora en qué se traduce esto realmente en el teatro.
Lo sigo sin saber, hasta un 10 de Enero, cuando me presento en el salón de actos de Polimetria 21, la compañía de teatro que ensaya los miércoles en un antiguo convento en Arturo Soria, hoy sede de la Fundación Down Madrid. Expectante, nerviosa, receptiva.
Los chicos ensayan su obra "Mira hacia arriba", un montaje de creación propia, que expone el ridículo muro que levantan nuestros móviles como extensión torpe de nuestras manos, allá donde estamos, y nos privan de mirar hacia arriba, para escuchar, ayudar, ofrecer, compartir.
Ramón Maqueda dirige, con vocación, pasión, nervio a flor de piel y liderazgo sentido, un proyecto que hace muy suyo y de todos a la vez. Este montaje, que integra actores y actrices con y sin discapacidad, refleja su manera de entender el mundo, en la que transgrede no ya la barrera de las diferencias, sino también el del mismo concepto de inclusión, para hablar simplemente de lo que son en escena, actores, personas, algunas altas, otras bajas, rubias o morenas, hombres o mujeres, podrían ser travestidos, transparentes, qué más da, quien sabe, pero capacitados todos, cada uno para cosas distintas.
Hasta hace cuatro semanas el síndrome de Down había pasado de puntillas por mi vida, como muchas otras cosas que, si no te tocan de cerca, involuntariamente se te escapan, y hoy me sigo sintiendo desconocedora de este mundo, pero descubrirlo a través del teatro, por casualidad y sin intención, está siendo un pequeño regalo.
Quizás sí, tenga un cromosoma de más, rebelde y escurridizo, que no me permite siempre expresarme verbalmente como quisiera, o sintetizar mis ideas durante los ensayos, o reconocer el tempo exacto de la música en el que tengo que poner mi pie en escena y necesito de tu señal en mi espalda. Y para eso están las manos de Bea y la mirada reafirmante de Belen, dejando caer ambas la gota de serenidad cuando chispea algun instante de tierno caos. Pero cuando hay que expresar una emoción que sale de dentro, cuando hay que jugar sin límite, cuando hay que concentrarse como si no hubiera un mañana, allí están Guille, Pepe, Mar y Belen, dándonos lecciones de como sacar la energía directa del corazón al escenario.
La semana pasada tuve la oportunidad de compartir el proyecto con mi madre, que se acercó a Madrid para celebrar su 80 cumpleaños y revolver entre sus recuerdos del pasado aquellos tiempos de cortejo con mi padre, también Ramón, entonces director de teatro vocacional, enamorado en aquel Bilbao de los años 50 de su actriz predilecta. Y con mi madre, vino al teatro mi hermana, su eterna compañera, que ha querido, después de unos años difíciles, tras una vida a trompicones de nuestra querida madre, abrirle un final del camino dulce, tan dulce que suena a infinito.
Y donde yo intento poner la palabra, mi querida hermana Leticia, la otra de la "L" como nos llamaban al sector más anárquico de la familia, pone su mirada a través de su cámara, para parar el mundo y trocearlo en milésimas de momentos, que nuestros ojos distraídos no son capaces de apreciar. Gracias por tu generoso trabajo, Let, gracias por contar esta historia en blanco y negro, en color, con luces y sombras, con arrugas y muecas, con movimiento y con instantes eternos, con brazos entrelazados, con cinco sillas en escena y cincuenta sillas entre el público, gracias por contar como nos sentimos cuando soñamos con comunicarnos a través del teatro.
Porque hoy, tras cuatro semanas compartiendo un camino con una pequeña comunidad que me ha recibido con los brazos abiertos, y después de cuatro funciones a flor de piel, que marcan el ecuador de un programa intenso en el mes de febrero en la sala Biribo en Madrid, me duermo con buen sabor de boca. Y es que tras una ronda de impresiones que hemos compartido todos en el ensayo de los miércoles, resuenan en mi cabeza las palabras cruzadas de agradecimiento, de ilusión por seguir creciendo y aprendiendo de los demás, y de voluntad auténtica de "disfrutar" en mayúsculas, tal y como suena nuestro grito de guerra a todo pulmón antes de cada función, ese mantra que nos aporta la energía para abordar nuestros personajes desde lo más profundo y auténtico de nosotros.
Estoy nerviosa porque este sábado pongo mis pies en escena después de cinco años de barbecho, desde aquel inverno de Washington en el que mi hija crecía dentro de mí función tras función, hasta mis 7 meses de embarazo. Y a pesar de ese vértigo interior, hoy me siento serena y agradecida porque la vida me da esta oportunidad, y me permito perdonarme por todo aquello que no salga perfecto, sobre las tablas mañana y pasado, y también cuando se apaguen los focos y siga la vida. Gracias chicos por sacar lo mejor de mí. A disfrutar toca.
Fotografía de Leticia Varela
Que satisfacción encontrar almas sinónimas a lo largo del camino que marca la vida. Entiendo y comparto cada reflexión y lo que más felicidad despierta en mí al leer estás sensaciones es verificar que la esperanza sigue y el día de romper barreras llega antes o después. Sólo hay que desear que ocurra. Me alegro que hayas aparecido en mi vida Leyre Varela!!!
ReplyDeleteQue bonita Ladydi <3 En la próxima nos toca contar aventuras juntas!!
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