Monday, April 29, 2019

Selous


Día 17

.- Mami ¿quien es el animal más débil de la selva?

Siempre tienes esa capacidad para sorprenderme, Julia, con preguntas que yo ni me había hecho. Os anticipaba que quizás veamos a algún animal comerse a otro estos días. Que no hay que estar triste por ellos, es la ley de la selva, en la que el fuerte se come al más débil, y así en cadena.

Ni había empatizado con quien sale perdiendo sí o sí.

Con fe ciega esperamos a un conductor en casa hoy a las siete y media de la mañana. Es la única instrucción que nos ha dado Erik ayer para los tres días que tenemos por delante. Nuestra intención, explorar la Reserva Natural de Selous, un parque seis horas al sur de Dar es Salaam, lejos de la popularidad de Serengeti y Ngorongoro, mucho más alejados también. Papi ha propuesto alquilar un coche y conducir él, pero visto el estado de las carreteras en época de lluvias, los últimos percances y las señales que brillan por su ausencia, nos entregamos a la prudencia, que somos padres de familia.




Salum llega puntual a su cita. De momento tenemos conductor y un coche de safari. No vamos mal. Cuando pensábamos que tomaríamos carretera a Selous, Salum nos lleva a su oficina en el centro de la ciudad para formalizar el pago. En el bullicio de la mañana, un hombre con aspecto resacoso sigue insistente a una mujer que conoce, delante de nuestro coche aparcado ya. Dos hombres miran el infinito sentados en un minúsculo banco de madera hasta que aparece su dueño y se lo arrebata de mal humor, para apilarlo junto a otros trastos de madera frente a su comercio. Nosotras nos quedamos en el coche mientras papi va a la oficina, estoy a mil ojos esperando que nadie nos invada la intimidad. 

Papi vuelve por fin.

.- ¿Nos vamos ya?

.- Nos queda un pago pendiente, no aceptan billetes de dólares más antiguos del año 2000. 

Estas pequeñas cosas que no están escritas en ningún sitio hasta que te topas con ellas.



Recuerdo que Erik nos dijo que tenían un link para pagar con tarjeta de crédito así que le tomo el turno a papá y me acerco a la oficina. Me tapo los hombros con mi foulard beige y doblo la esquina. Diez ancianos con su kufi charlan animados, sentados en una acera. Accedo a un callejón derruido, con cajas y basuras amontonadas. Entro en una oficina minúscula y sofocante de calor, en la que un tipo con gafas empañadas me cede un ordenador más antiguo que mi billete rehusado para que pueda formalizar un pago online. Todo parece muy moderno, si no fuera porque su pegajoso teclado no tiene ni arroba.

Cuando por fin tomamos el coche para salir de la ciudad, veo que Salum ralentiza el motor al paso de la calle de las carnicerías. Hay que verlas. Piezas de carne desoladas colgadas de pinchos roñosos con nula refrigeración se exhiben en uno y otro comercio. A ver si salimos pronto de aquí, pienso. 

Salum se para definitivamente en el arcén.

.-Esperamos a mi jefe, que está comprando la carne para vuestra comida este fin de semana.

Entro en pánico.

.- Es que, no... os lo habíamos dicho, somos vegetarian...

La visión del hombre de las gafas empañadas con una bolsa de plástico blanca llena de carne interrumpe mi declaración de intenciones.

.- No te preocupes, mujer, que la carne es fresca del día, - se ríe de mi preocupación. Es que el pescado no está en buenas condiciones. 

Me entran los siete males.



Salir de Dar es Salaam es toda una odisea de horas atravesando barrios saturados de tráfico y mercados callejeros. Con mi mente bloqueada en la bolsa de carne, me olvidaba de ti, Julia, sufriendo en el asiento trasero.

.- Necesito ir al baño, - con esa vocecita discreta y temblorosa. 

Como si fuera fácil encontrar aquí un baño en condiciones razonables para aliviar tu tripita, castigada por esas brasas que no se lo comen todo.

Hacemos un alto en el camino en Tibiti para el almuerzo en un restaurante local. Su pequeño comedor de manteles masais es el espacio más limpio de todo el poblado. Por una minúscula ventana de madera asoman la cabecita dos cocineras. Nos ofrecen pescado para comer. Yo me aferro a un plato de patatas fritas, papi se aventura con algo de verdura y vosotras coméis un plato de arroz con patatas con vuestras manos. Me asomo luego a la cocina donde cuatro mujeres remueven cacerolas en el suelo, mientras airean unas raquíticas muestras de algo que llaman tilapia. 

Este fin de semana voy a sufrir a lo occidental.


Tras seis horas de camino, llegamos a nuestro campamento, un discreto alojamiento a la entrada de Selous que, de hecho, está cerrado por época de lluvias. Una piscina en construcción nos deleita con las mejores vistas a montañas de ladrillos, tierra y material de obra. Hace un calor de infierno y nuestra tienda de campaña, del tamaño de una habitación, es un hervidero desolador en el que se cuelan los mosquitos. Un ruidoso generador escatima electricidad entre las seis y media y las diez de la noche. No sé cuanto vamos a descansar este fin de semana. 

Todo el pueblo se moviliza para recibirnos. Y Salum se estresa.

.- Tenemos que concretar la comida para estos días porque había pensado en prepararos carne sobre todo. ¿Qué vais a comer?

.- ¿Qué opciones tenemos? pregunta papá.

.- Pues... ¿carne?

.- Es que mi mujer es vegetariana.

Acabamos negociando un menú a base de arroz, pasta y patatas fritas. De libro para la operación bikini. Pero mejor rellenita que intoxicada. 

Salum nos lleva a un embarcadero donde nos espera un barco para recorrer el río hasta el anochecer. Ahí veremos que estamos solos en la reserva, ya que todos los alojamientos al borde del río están cerrados a cal y canto.


Hemos conocido especies fascinantes y coloridas de pájaros, pero reconozco que, aunque me hace gracia verlos, no me despiertan grandes emociones. En cambio me fascina como vosotras recorréis las páginas del libro de pájaros con nuestro guía local buscando las especies que nos vamos encontrando. Observo y disfruto a través de vuestros ojos. Varias familias de babuinos nos escudriñan con gracia desde lo alto. Estos sí me despiertan ternura, más que los monos de testículos azules que se comen la comida de nuestra basura a la puerta de casa.

Parece una tarde tranquila en el barco, hasta que oigo una vocecita.

.- Necesito ir al baño ahora, - con gesto compungido Julia.

Acercamos la barca a la orilla cerca de uno de los resorts abandonados por el resto de la temporada donde alivias, pobre, tu tensión. Nos bajamos todos del barco, pero no tengo claro cómo de cerca pueden estar ya los animales en esta zona, así que no quiero aventurarnos demasiado y regresamos a nuestra embarcación.



Por fin río abajo, nos encontramos con los hipopótamos, aquellos "pípamos" que tanto te costaba pronunciar Julia cuando ibas a clase con Pepa y Elvira. Llevamos tanto rato en el barco que para cuando los avistamos, Maite, ya has convertido la cuerda de los prismáticos en un juego de manos de nuestra infancia, y estás más atenta a a enrollarla en tus dedos y ver qué nueva forma recoge tu contrincante en sus manos, que al ruido sórdido de estos bichos barrigudos. 

Paramos en un pequeño islote ya con la puesta de sol que chafarán las nubes, para saludar de cerca a otra gran familia de hipopótamos y ver de lejos a un cocodrilo que descansa en la orilla. Julia avanzas inconsciente con paso firme y curioso hasta que papá te para los pies. Maite, entras en pánico. El cocodrilo nos siente y se arrastra refugiarse en el agua. Nos acercamos para ver la huella que ha dejado en la arena, mientras nos mira de reojo desde el río. 


De noche de vuelta al campamento, hay sopa para cenar.

.- ¿La has probado?, pregunto desganada a papá.

.- No me atrevo.

Vosotras tenéis pasta, con salsa boloñesa de nuestra carnicería de aquel callejón de la ciudad. 

.- ¿Me pones más boloñesa, mami? con ese estómago a prueba de bomba que tienes, Maite.

.- ¿Segura, preciosa? hago de tripas corazón. ¿No la quieres con margarina?

Salum se sienta con nosotros y nos explica como su pueblo, en el que se asienta el campamento, estaba al otro lado del río hasta que hace unos años la lluvia lo arrasó y el gobierno lo reconstruyó a este lado. Comienza a contar historias interesantísimas de las tribus autóctonas pero yo solo te veo, Julia, desfallecida, buscando reposar tu cabecita sobre mi.

.- Me estoy mareando.

Claro, que la alternativa es volver a esa habitación espesa y entregarnos al calor y a los mosquitos. 

Creo que nos hemos venido arriba con una opción de alojamiento básico en mitad de la selva, como únicos turistas en kilómetros a la redonda y con una niña de siete años con el estómago delicado. Pienso que estamos construyendo resiliencia para el futuro y se me pasa un poquito. 

Nos espera un largo día de safari por Selous, con el privilegio de explorarlo solos. Solo nos cruzamos con dos camiones repletos de locales que están construyendo una planta hidroeléctrica en mitad del parque, que promete electricidad para el país pero amenaza con destruir parte de la fauna local. Vemos arboles cortados y quemados en el camino, que nos empapan el día de cierta tristeza.



Nos reciben decenas de jirafas que sacan su lengua a las acacias o corren con belleza a cámara lenta. Los ñus acompañan a las cebras y huyen enfurecidos de la nada. Otras vez jirafas, contamos una a una hasta ciento cincuenta jirafas. Las gacelas pasean a sus anchas por la selva. Parece que hay poca amenaza. Por lo menos el león se resiste y eso que los trabajadores de la hidroeléctrica nos avisan que han visto a uno descansando cerca de un puente.

Salum recorre la zona una y otra vez sin suerte, pero con tanta insistencia, que acabamos pinchando la rueda de nuestra Range Rover justo delante del lugar donde fue avistado el león. Por si acaso le da por volver. No tendremos esa suerte. Después de una hora entregados a la reparación, entre alivios en la naturaleza que me tensionan más a mi que a vosotras, concluimos que nuestro rey de la selva debe de andar lejos ya.


Una avispa se cuela en nuestro coche y Maite entras en pánico.

.- Vamos a ver, cariño, por centrar prioridades, si vas por la selva, y tienes un león a la izquierda y una avispa a la derecha, ¿por donde irías?

Calmas tu miedo para ofrecerme la obviedad.

.- Pues recto, mami.

El día es eterno, Julia no puedes con tu alma y a mi se me cae la mía de verte vencida al sueño en el asiento del coche, ajena al bebé cocodrilo o al gracioso facócero con el que cantamos Hakuna Matata.


Contamos los minutos que nos quedan para volver a casa en Dar, y refugiarnos, sin grandes lujos, en una cama cómoda, aire acondicionado y comida que podamos preparar. Nos vamos sin ver los elefantes y el león, pero ya nos rendimos ante el azar de la naturaleza.

Hemos quedado en hacer un paseo por la selva al amanecer y aunque no tenemos demasiadas expectativas, le damos una última oportunidad. Salum nos lleva por la mañana hasta la entrada de un camino, donde nos recibe Didi, una caricatura de un personaje tribal con taparrabos incluido, junto con un tipo de aire despistado con atuendo caqui de guarda de la selva, portando un fusil. La combinación de fusil y despistado me convence poco.

Didi es un show. Tiene preparada una puesta en escena sobre la vida del hombre en la naturaleza que nos incomoda de entrada. Estamos los cuatro solos con él. Bueno, y con el del fusil al que vigilo de reojo. Al principio del camino hay un termitero de tres metros de altura, Didi la trepa, arranca un trozo, lo deshace en sus manos frente a nuestros ojos, y saca de su interior dos hormigas rojas.


.- Esto es proteína para nosotros. Si no hay más para comer y nos morimos de hambre, - exagera una mueca de dolor...

Toma un par de hormigas, deja que le muerdan el dedo, y frunce el ceño. Seguido se las mete en la boca, las mastica y se la traga, con gesto artificial de saciedad. 

Nos tiene desconcertados. Julia, no quieres ni mirar, tu cara es un poema, que oscila ente el asco y el rechazo.

Unos pasos más adelante, nos habla de los efectos medicinales de varios arboles que nos vamos encontrando. Para demostrarlo, se acerca a un tronco, pone sus manos a la espalda para evidenciar que solo usará su boca, rasga la corteza y comienza a comerse un cacho. Un buen cacho.

Sufrimos por sus dientes. Sufrimos por su estómago. Julia, te retuerces por el tuyo.


Pasamos cerca de excrementos de elefante que, nos cuenta Didi, las madres hierven para hacer una sopa con huevo, miel y ajo que ofrece los nutrientes necesarios a los bebés. 

Y mientras nos cuenta historias varias de supervivencia que no olvidaréis cuando estemos de vuelta en casa, no damos crédito a un cuerpo esbelto de gimnasio.

.- ¿Qué haces para tener ese cuerpo?

Papá todavía me está recordando la preguntita. No porque la oyera, que iba lejos por detrás, pero llevamos dos días hablando de Didi. Nos tiene fascinadas.

.- Sólo como alimentos naturales.

Anda ya. Este tipo se está quedando con nosotros. Pero tiene un algo que se hace respetar, a pesar de su pantomima.

Un imponente baobab se nos cruza en el camino. De su tronco cuelga una rama de unos diez metros que le permite a Didi treparlo en un segundo. Viéndole, parece fácil.



Desde lo alto, venera al árbol como conexión entre el hombre, los animales y los dioses. Invoca a la salud de nuestra familia y a la pronta recuperación de Julia. El teatrillo me viene de perlas. 

.- ¿Ves? el árbol que además tiene efectos curativos contra la diarrea y la magia de poder curarte. 

Julia, me miras escéptica.

Pero miráis también las dos a esa rama que cuelga, e interrumpís a Didi cuando se disponía a seguir el paseo.

.- ¿Podemos intentarlo?

Lo que parecía fácil en los brazos y piernas de Didi es realmente una hazaña de la que apenas lográis completar el metrito de vuestra propia altura, ayudadas con un empujón de papi. 

Julia, empiezas a creer en la magia de Didi. Y del baobab.



Dos horas después volvemos al inicio del camino escuchando los cánticos tribales que Didi nos va traduciendo.

.- Dice así, "niños sois afortunados de tener padres, pero si no los tuvierais, la naturaleza también os ha hecho fuertes".

.- Como Angelina.

.- Y Evaristo, mami.



Nuestro periplo en la selva llega a su fin. Nos montamos en el coche para emprender el camino de regreso y según nos despedimos de Didi a lo lejos, en perfecto tempo, como si estuviera preparado:

.- ¡Elefanteeeees!!! Hay una familia de elefantes abajo del camino!!!

Salum gira bruscamente el coche en dirección contraria sin mediar palabra. Llegamos de nuevo a la altura de Didi y nos bajamos corriendo, sin saber muy bien que hacer.

Didi se quita su máscara de showman, y en su versión más natural, más perfecta, como la de un padre que se ilusiona por un hijo, te toma la mano Maite y tira de ti con fuerza.

.- ¡¡Maite, niña, vente conmigo!! 

Salís corriendo sin avisar. Y detrás vuestro, sales disparada Julia, que has debido de guardar toda la energía de este fin de semana para este momento. Hacía tiempo que no te veía correr tan rápido. Papi te sigue, y yo detrás. En mi afán multitaréico, hasta alcanzo a sacar una foto del momentazo. 




Estamos cerca de otro lodge, también cerrado hasta el inicio de la temporada, con magnificas vistas al lago. Bordeamos una de sus cabañas para darnos de bruces con una familia de cuatro elefantes adultos y dos bebés, uno de ellos minúsculo. Maite, te saltas a la torera lo que debería ser una aproximación sigilosa.

.- ¡¡¡Mami, están aquíiiii!!! - con ese tono a pleno pulmón tan tuyo.

Los elefantes, hasta ahora tranquilos, se agitan con agresividad descontrolada a diez metros nuestros. No había pasado tanto miedo desde que dormí rodeada de diez búfalos en el Serengeti. Salimos despavoridos para protegernos detrás de una de las cabañas. El guarda despistado sigue con nosotros, pero me fijo que ya no lleva su fusil. No tengo claro dónde lo ha dejado por el camino. Manda narices. Salum y Didi toman control de la situación, no sé bien cómo, hasta que los elefantes se tranquilizan, tan solo cinco segundos después. Los más largos de todo el viaje. 



Continuamos observándoles comer de los árboles, ya en calma, pero todavía con el corazón agitado, a su misma altura, tan cerca. Y luego de puntillas y en silencio, subimos a un pequeño balcón de una de las cabañas deshabitadas, hasta verlos pasar en fila india para seguir su camino. Con ese gracioso bebé elefante que tardaréis en olvidar. Ajenas al peligro al que nos acabamos de exponer.

Así es el azar de la selva. Esta vez se nos ha resistido el rey, el más fuerte. Pero tú, Julia, que empatizas con el ser más débil de la jungla y has arrastrado estos días tu tripilla enferma por el bosque, regresas convencida de que el baobab debe de tener algo de magia, porque te ha devuelto la fuerza desde que Didi le pidió por ti y tú trepaste por él. Recuperada. Madre tierra.


Friday, April 26, 2019

Takataka, reto de pescadores



Día 13

Cada día que pasa pienso que tenemos menos que contar, que nuestros ojos se están acomodando. Qué rápido perdemos las personas la capacidad de asombro. Uber funciona, chapurreamos Swahili inventado - Julia te has hecho experta en la materia -, nos mojamos a diario, nos perdemos, el orfanato es nuestra segunda casa y todo está bien.

Hasta se nos olvida que venimos de mundos distintos. Hoy Amadeus ha visto de refilón mi tarjeta de crédito.

.- ¡Qué es esto?

.-  Es como el Tigo Pesa, - le explico, aludiendo a un sistema que funciona a la perfección en Tanzania, con el que pagas todo desde es móvil a través de mensajes de texto, sin necesidad de un smartphone.

.- Ah, lo entiendo, - responde, sin apreciar el salto de la revolución tecnológica.

Quizás no sea para tanta revolución, pienso.




Amadeus toma la tarjeta en su mano, la acaricia y se la pasa varias veces por la mejilla con delicadeza, como si necesitara ese roce para apreciarla.

Yo observo y ni me atrevo a preguntar por qué lo hace. Esta noche, a vueltas con su reacción, me he pasado varios objetos por la mejilla para intentar entenderlo. Y sí, te transporta a otra relación con el objeto en cuestión. Lo dicho, se nos empieza a ir de las manos.

Recuerdo que dije que no volveríamos a Kunduchi, pues no solo hemos vuelto las tres, sino que nos hemos llevado a papá, y hasta lo hemos visto con otros ojos. Con los ojos de Edmund, de Nassaur, de Emmanuel o de Ally.



Todas las tardes, Hassan, el maestro de escuela vendedor de galletas, organiza el English Corner, una iniciativa apoya por Help2kids en la que se ofrecen clases de inglés a los hombres y mujeres de Kunduchi. Hassan lidera en Swahili el grupo de iniciación y cede a los voluntarios el grupo más avanzado.

Propusimos dedicar un día a liderar una clase y traer un tema, y aprovechando que papá está colaborando en un proyecto de concienciación medioambiental, qué mejor excusa que traer el asunto a debate en la vieja escuela de Kunduchi. Revisaba la presentación con papá la víspera haciendo mil preguntas sobre un tema que desconozco técnicamente, hasta que pensamos, ¿y si nos llevamos a papá?

Llegamos los cuatro a Kunduchi con Nathalie, que nos hará de embajadora. Al fin y al cabo, ella viene aquí todas las tardes con ideas para provocar a los pescadores a hablar y mejorar su inglés. 

Hoy por la tarde el calor nos da algo de tregua y el pueblo tiene más vida que lo que vimos la semana pasada, en una escena que recuerdo como un pueblo desolado en plena guerra. Hoy es fiesta, los niños con los que hicimos puzzles hoy juegan en la calle, o se entretienen con las moscas en los comercios de sus familias. Una bebé casi desnuda luce unos pendientes brillantes inmensos. Dos hombres cortan madera con una vieja sierra. Las cabras pululan a su antojo. Huele a pescado. Huele mucho a pescado.


Llegamos hasta una esquina donde dos mujeres esperan apoyadas en una barca de madera frente al mar. Nathalie les saluda. Emiliana y Rizia están en la clase de principiantes. Lucen sus mejores galas a pesar del calor. Ir a clase, aunque sea a nuestra chabola del jardín de infancia de Kunduchi, conlleva una voluntad de preparación para el futuro, y cómo tal, es un motivo para vestirse con elegancia cada tarde. 

Varios hombres se van acercando:

.- Karibu. Jina langu ni Emmanuel. 

De las pocas frases que he aprendido.

.- Asante. Jina langu ni Leyre.

.- Acabo de llegar de la mar. Quiero ducharme y enseguida llego a clase, - se excusa otro hombre. 

Yo, centrada en la conversación, visualizo una ducha como las nuestras. De reojo veo en ese momento a otro hombre a la puerta de su casa coger con una vieja taza agua de un gran cubo y echárselo por la cabeza con alivio mientras nos saluda. A esta ducha se refiere.



El pueblo tendrá unos mil adultos, pero solo una decena dedica su tarde a este iniciativa. Quizás, como el chiste de aquel italiano poliglota en un Ferrari que se acerca a un campesino con su hijo y le hace una misma pregunta en siete idiomas que el hombre no alcanza a entender de ninguna manera, los pescadores de Kunduchi tampoco tienen claro para qué les serviría. Cuando el campesino se aleja ya con su hijo y deja marchar al Ferrari, el hijo le dice, inspirado:

.- Papá, cuando sea mayor, voy a aprender idiomas.

.- Total, para lo que le ha servido al italiano, - concluye el padre.

Quedamos en que yo dinamizaré a la sesión y papi aportará los datos más técnicos, que para eso es el experto. Hablamos de qué hacer con el "takataka", sus residuos y de cómo impactan en el medio ambiente y en la salud de las personas.


Hablar de takataka en un pueblo donde las personas conviven con las basuras en el sentido más literal se las trae. Si acaso, las queman delante de sus chabolas, de guatemala a guatepeor.

.- La culpa la tiene el gobierno, dice Emmanuel convencido. Salimos sesenta u ochenta personas a faenar en un barco, y todos llevamos la comida en una bolsa. Acabamos de comer y tiramos el plástico al mar.

.- Sí, deberían prohibir el plástico, - le refuerza Nassaur.

.- Siempre lo puedes no usar, les reta papá.

.- Es que vas al supermercado y te dan una bolsa. El gobierno tiene que poner medidas.

Pero como el gobierno no ha venido hoy a Kunduchi, les provocamos a pensar qué cosas pueden hacer ellos desde hoy para liderar ese cambio.

Emmanuel lo tiene claro o por lo menos tiene las palabras para satisfacernos:

.- El cambio empieza en mí, lo tengo claro. Lo hablaré con mi familia en casa.


Vosotras seguís con interés la presentación, que conectáis con vuestro proyecto del medio ambiente del cole.

.- Estas son las tres erres - explicas Maite apoyada en el pupitre de madera con intención de profesora pero con la ingenuidad que te confiere tu voz de niña - Reduce, reutiliza, recicla. Por ejemplo, de una camiseta que ya no quieras, puedes hacer un bolso.

En Kunduchi, el pueblo de los niños descalzos, los pantalones rotos y las ropas castigadas por el mar, no se me ocurre cómo podrías llegar a que una camiseta no te sirva. Pero lo dejamos estar.




Habituados a clases formales donde un profesor les ilustra y ellos apuntan en sus cuadernos, desde una posición de inferioridad, así es la enseñanza en este país. Les retamos al compromiso, y les animamos a que en este caso se levanten para apuntar en la pizarra.

.- Podéis escribir lo que le pedirías al gobierno - les permitimos el desahogo - y lo que podéis hacer vosotros desde hoy mismo - el reto del compromiso.

Y así comienzan a llenar de ideas una pizarra hasta ahora vacía. Plasmamos el momento frente a esa lluvia de ideas, orgullosos de sus aportaciones. 



.- Nos quedamos con muchas preguntas. ¿Volveréis?

Nosotras contamos los días que nos quedan para regresar a nuestra rutina - ¡ay, cómo va a doler! pero papi se compromete a venir otro día en mayo y continuar la charla.

Al salir de pueblo, sorteamos inmensos charcos de barro en la calle principal, con el bullicio de los comercios al anochecer, cuando el pueblo recobra vida. En los campos verdes de fondo, familias y chavales juegan con pelotas. Una nube naranja despide el día. El dalalala, el autobús local, está a punto de salir. Lo tomamos por primera vez.

.- Mami aquí no hay nadie vomitando, - me dices, Maite, sorprendida de ver normalidad a pesar de una historia que has oído de un viaje a Madagascar antes de que nacieras, donde unas monjitas vomitaban a través de una minúscula ventana en lo alto del autobús, mientras éste seguía su camino horas y horas por carreteras imposibles.

Suena música popular en un autobús abarrotado. Buena ocasión para seguir el ritmo desde nuestros asientos, con ese cachondeito que me me encanta compartir contigo Maite. A mi lado se sienta Noah, un niño de quinto curso de la escuela de Bajeviro a donde iremos la semana que viene como voluntarias. Él ha reconocido a Nathalie, que ha colaborado allí antes de que llegáramos y la escuela se cerrara por vacaciones . Papi te coge en brazos, Júlia, mientras miráis las nubes de nuevo por la ventana. Como me alegro de haber aterrizado este sueño.


Esta noche cenaremos en el Friendly Gecko, la sede de Help2kids, con Nathalie y Erik compartiendo, alrededor de un sabroso plato de pasta con salsa de tomate y verdura, ideas e iniciativas varias de ambos proyectos, el nuestro y el de papi. Es que ya son proyectos un poquito nuestros también. 

En plena conversación sobre cómo llegar al pueblo a través de la Iglesia, Maite decides que aquello no tiene especial interés para tus ocho años e interrumpes:

.- Eric, nos ibas a dar alguna idea para hacer un safari este fin de semana, ¿verdad?

Anda que te va a parar alguna piedra en el camino cuando tienes un objetivo en tu cabecita.

.- ¿Puedo levantarme de la mesa para jugar a las cartas? - pides permiso, Júlia, agotada ya a estas horas después de un largo día. 

.- Al cabo de los años me di cuenta que todas aquellas conversaciones que tenían mis padres alrededor de la mesa mientras permanecíamos sentados, entregados al aburrimiento, han ido calando sin darme cuenta en quien soy hoy. 

No lo había pensado, gracias Erik.



Sabíamos que queríamos hacer algún safari estos días pero es jueves y todavía no hemos cerrado nada para salir mañana. Con un par. Así que confiamos en Erik y un contacto que él tiene para nuestra siguiente...

.- ¡Aventuraaaaa!!!

Maite, tu mandala.

Llega un ciclón a la zona estos días, y tú Julia, tienes la tripilla suelta de algo que te ha sentado mal. Hemos tenido que buscar baños de urgencia en los lugares más surrealistas. Igual es que las brasas no se lo comen todo. Y nos quedan seis horas de viaje por el campo hasta Selous.

Esto promete.