Friday, April 12, 2019

Mi piel rara

Día 1

Caos en el aeropuerto de Dar Es Salaam. Solo había otro niño, él africano, en nuestro vuelo. Ya desembarcados de camino al control policial, un tipo occidental, con barba de 4 días os mira entre la locura de gente buscando un sello para el visado, ve mi cara feliciana, y me ha hace un gesto de “vaya huevos tienes”. Y entre flashes de, tendrá algo de razón, me recompongo y me digo, tú a lo tuyo, Leyre.

Intento encontrar el sentido a cómo funcionan las filas, las ventanillas y el orden, con mi mentalidad occidental, hasta caer en la cuenta de que no, que aquí no hay reglas, y sálvense quien pueda. Bueno, claro que hay una lógica, obvia para ellos, quizás más peliaguda para nosotras. Mientras espero de pie en mitad el caos a que me devuelvan los pasaportes, os veo tranquilas, debéis percibir la familiaridad y buen rollo en el ambiente, porque decidís ir solas al baño a cambiaros, Júlia más fresquita y Maite a tu camiseta de “Daddy is my super hero”.

A empujones conseguimos el visado que nos dejaría estar un máximo de 3 meses en Tanzania. El policía último en la cadena para comprobar que todo está en orden y dejarnos entrar, coge nuestros pasaportes, y sin abrirlos, dice hala, pasad. Creo que nos llegamos a saltar las filas, los empujones, los 50 dólares, el sello y la espera, y habríamos pasado igual. O no.

Júlia se adelanta y oigo un Papaaaaaaaaa a lo lejos, parece que nos hemos reencontrado. Javi nos recibe guapetón, con mi camisa preferida, afeitado y pelo más largo que cuando le dejamos. Se mueve ya como pez en el agua después de un mes aquí, dice que no entiende mucho pero yo le oigo hablar Swahili por los 4 costados. Karibu, familia. Asante sana.

Dar es Salaam se viste de mucho calor, humedad, y un chaparrón que chafa momentáneamente el negocio a los cientos de puestos al borde la carretera de camino casa.

.- Mamiiii esa señora hace equilibrio con un cubo con salchichas en su cabeza -, Júlia, no das crédito. Y otra! Y otro!

Nos ofrecen todo tipo de comida y cachivaches por la ventana, a los que respondéis con curiosidad, que atrae, cómo no, más personas con más cachivaches.

Llegamos a casa, un bungaló en una residencia frente al mar, a modo de club de ocio deportivo para los locales, con pistas de tenis, piscina, y algunos bungalows disponibles, del que Papá ha hecho su hogar. Él nos lo ofrece con orgullo y yo con mi mirada extraña, lo veo decadente, marrón, muy marrón todo.

Antes de dormir, os sentáis a escribir vuestro diario de viaje - -¡esas buenas costumbres! - bajo la mosquitera de vuestra cama, de la que empezáis a hacer vuestro refugio mágico.

Maite, te miras a las piernas y compartes en alto:

.- Mami, he visto tantas personas negras hoy, que miro mi piel y me parece rara.



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