Monday, April 15, 2019

Happiness


Día 4

Hoy nos quedamos con la palabra y si acaso con esta instantánea con vosotras en el bajaj de camino al Friendly Gecko, la casa de la organización suiza con la que venimos a colaborar, Help2kids.

Julia te has levantado torcida y pienso que igual no tienes tanta gana de ir a pasar calor por poblados perdidos después del día de ayer en el paraíso. Nosotros tres hemos madrugado y acabado de desayunar cuando abres el ojo y tuerces el morro, así que tiro de la magia Hacendado y te ofrezco un preciado osito Lulú que consigue, menos mal, levantarte el ánimo.

Es el primer día que las chicas nos tenemos que buscar la vida en Tanzania por nuestra cuenta. Sin Swahili. A ver cómo me peleo yo con el mundo. Trago saliva y nos despedimos de papá en el bajaje a la puerta de casa. Tomamos carretera hacia el norte hasta desviarnos por un camino de baches y tierra rojiza. Llegamos por fin a nuestro destino, gracias a un lugareño que, viéndonos a las tres, tiene claro a donde podemos ir.  Le da indicaciones a nuestro conductor, que no habla una palabra de inglés y por fin sonríe cuando le pregunto por sus hijos y nos enseña en su móvil una foto de un bebé pepón de seis meses.

En el Friendly Gecko, nos recibe Erik, un francés con deje americano después de un tiempo en una granja en Connecticut. Allí se presenta también Nathalie, una suiza jovencita de ojos saltones y pelo rubio rizado que se ha tomado un año sabático y ha aterrizado por aquí. Está sola en la casa estos días, así que agradece nuestra presencia. Nathalie es prudente, tiene una sonrisa generosa, y me da tranquilidad que nos acompañe en nuestro primer día.

Erik, como coordinador de voluntarios, nos reúne para contarnos más detalles sobre los proyectos con los que colaboran y darnos algunas pautas. La hora se os hace larga y aburrida como un libro de instrucciones, de esos de letra pequeña en varios idiomas. Julia, de pie delante del ventilador, has pasado el rato a lo Marilyn. Solo te has volteado en la parte de lo que no hay que hacer, ahí siempre estás atenta para no sobrepasar los límites.

.- Kundutchi es un poblado muy pobre y los niños de la escuela tienen muchas infecciones en la piel, que no son graves, pero que sus familias no tienen los medios de curar. No vais a poder evitar que se os tiren encima pero intentad manejar el contacto físico, y evitar, si podéis, tocarles en la cabeza.

.- ¿No les vamos a poder tocar la cabecita? reaccionas Julia entre la decepción y la intriga.

Me viene la vena de madre y pienso en los posibles riesgos para vosotras, pero entre el miedo y la oportunidad, elijo lo segundo.

.- Nunca hagáis fotos, por favor, sin permiso de los propios niños y la "mama" del lugar, nos pide Erik. Y lo mismo para cualquier "moda" africana. Si decidís haceros trencitas en el pelo, por favor entended antes lo que significa para ellos, al fin y al cabo son cinco o seis horas de peluquería, - añade con sorna - aprovechadlas para acercaros a ellos y entender qué impacto tiene en su cultura ver a un blanco con trenzas africanas.

Ni siquiera lo había pensado, pero me revuelve cuando oigo que colaborar en África sea hoy una moda.

Recuerdo haber leído hace poco sobre un tema al que era ajena, y es la manipulación en la era Instagram del impacto de imágenes de niños negritos en brazos, exhibidos con el fin de alimentar egos. Quien realmente está queriendo transformar este continente está un poco harto del blanco de tintes heroicos a través de unas vacaciones de voluntariado, y lo entiendo.

Y yo me siento incómoda en cómo manejar esto, porque si algo sé, es que unas pocas semanas aquí, por mucho que nos entreguemos en cuerpo y alma, servirá de poquito. El impacto que podemos tener en las vidas de estos chicos en tan poco espacio de tiempo es ínfimo. Tú te vuelves, y ellos se quedan. A veces es hasta peor que hayas venido.

Pero luego pienso que mejor estar aquí que no hacer nada, digo yo, así que nos lo tomamos con humildad y como oportunidad de exploración. Y lo que salga de aquí, que sea un regalo para todos.

De los tres proyectos de la zona, el colegio Bajeviro está cerrado por Semana Santa hasta nuestra última semana, y el jardín de infancia cierra este jueves también hasta que regresamos, así que tiene sentido que pasemos la mayor parte del tiempo en el orfanato. Soy algo escéptica con esta opción, porque la mayoría de los niños tienen entre 10 a 16 años y no tengo claro cómo vais a encajar ahí. Pero si es allí donde más podemos aportar, allá vamos.

Tomamos desde el Friendly Gecko un coche con Nathalie hasta el edificio de hormigón blanco que alberga el orfanato. Desde la zona de estudio en el piso de arriba, los chicos pueden ver el mar entre rejas en rombos mientras estudian.

.- Qué suerte, estas vistas - les diré luego, con torpeza.

Silencio.

Son 32 niños traídos de distintos orfanatos de Tanzania, de entre 2 y 22 años. Habíamos entrado un poquito aterradas sin saber qué esperar, pero ellos nos reciben tranquilos, seguramente habituados al trasiego de voluntarios, simplemente curiosos, sin esperar demasiado. Pero les pueden sus ganas de distraerse de su cuaderno marrón ya manoseado.

Angelina, una pequeñita pizpireta de pelo corto y mirada larga, muy larga para sus dos años, no se separa de ti, Julia según llegas. Veo que te haces hueco en una mesa de estudio con Nathalie, con Angelina siempre contigo y otros niños con los que dibujas y charlas. Pasan las horas, te miro de reojo, y me encanta verte autónoma.

Maite me sigues a una mesa con dos chicas de unos 16 años, de pelo rapado, a las que me acerco tímida. Happiness y Suzan cursan un equivalente a un Primero de Bachillerato y tienen cuerpo y ademanes de adolescentes. Suzan es brava, pregunta y comparte sin pudor. Tiene la mirada intensa y curiosa. Happiness esboza una sonrisa tímida y me reta desconfiada. Recuesta la cabeza sobre el cuaderno que está repasando, y se tapa la cara cada vez que me intereso por ella.

Les pregunto qué están estudiando, y me abren el cuaderno en la lección de "Life skills", habilidades para la vida. ¿En serio? Me encanta. Y ahí empiezan a recitarme definiciones monótonas de "habilidades para la vida" y de los elementos que las componen: conciencia propia, comunicación,...

Recitan y recitan abriendo traviesamente el cuaderno cuando se traban en alguna palabra.

.- ¿Y qué habilidades para la vida crees que tienes? le reto a Happiness.

.- ¿Tener yo? Querrás decir, tendré el día de mañana.

.- Pues yo te veo una ahora mismo.

Happiness hace un gesto de, anda ya. Y recuesta la cabeza de nuevo como derrotada.

.- Esa sonrisa que tienes es una habilidad que lo mismo te lleva lejos.

Happiness cambia de tema y te pilla desprevenida, Maite:

.- Y tú, ¿cual es tu sueño?

Y tú, Maite, pones cara de, ésta no me la sé.

Yo, sorprendida de que enmudezcas. Lo dejo para luego.

.- Yo quiero ser azafata de vuelo, retoma Happiness. Para ayudar a las personas a que vuelen de un país a otro, de manera segura.

Bonita misión, sí señora.

Poco a poco tenemos diez niños alrededor de una mesa, muchas preguntas y poco material. Nos preguntan por los husos horarios, así que dibujamos un improvisado mapa del mundo donde me avergüenzo de dejar Africa demasiado pequeña sin querer.

Me preguntan por Trump y aunque me han pedido en nuestra reunión mañanera que no nos posicionemos ni política ni religiosamente, no puedo ocultar una mueca de desagrado.

.- A nadie que viene aquí le gusta Trump - dice Suzan con tono de curiosidad.

Happiness regresa por detrás con un diccionario y me lo abre en la H para mostrarme la palabra "hostess" y recorrer con su dedo índice su significado, insistiendo en su sueño y afanándose en que no se lo quite nadie.

.- ¿En qué trabajas? me pregunta.

-. Intento buscar personas que hacen falta para trabajos y ayudo a personas a encontrar trabajo.

.- ¿Tendrás un trabajo para mí cuando acabe de estudiar? me pregunta no sin cierta apatía y escepticismo.

Ojalá.

Aquí en esta mesa, se me ocurren decenas de materiales que me hubiera gustado traer de casa para hacer con ellos, ese puzzle del mundo, o esas barajas de cartas que andan por casa y nadie las toca.

Antes de irnos le he preguntado a Happiness si hay algo especial que le apetezca que hagamos el próximo día.

.- Pulseras, podríamos hacer pulseras.

Porque los demás niños se han marchado en estampida a comer, pero Happiness se queda rondándonos hasta el final, sigue desconfiada irremediablemente, pero busca algo que todavía no alcanzo a adivinar.

Y pienso en esa cajita con hilos y mil piedrecitas de colores y formas y letras para hacer pulseras, que lleva meses abandonada en una estantería de vuestra habitación. La cajita de Happiness y nosotras sin saberlo.

Dejamos el orfanato atrás entre los caminos de tierra para acercarnos a pie a la carretera principal, desde la que tomar un coche que nos devuelva a casa. La humedad, el calor del mediodía, y el intenso tráfico, ya en una zona transitada, tienen poca compasión con vuestra niñez occidental.

Julia, veo tu cara derrotada de cansancio, tus gotas de sudor caer por la mejilla y toco tu espalda empapada bajo el vestido, mientras nuestro Uber da vueltas en el mapa y no acaba de llegar. Pienso que, este momento, del que yo misma tengo poco ancho de banda, me lo vas a recordar en alguna ocasión.

De vuelta a casa, repasamos, como cada tarde, el mejor y el peor momento del día. Ahora te toca, Julia.

.- Lo mejor, que los niños, aunque eran mayores, han querido jugar con nosotras.

.- ¿Y lo peor? - te pregunto, preparándome para tu disgusto por haberte puesto un poco al límite de regreso a casa.

.- Lo peor, que esta mañana no me habíais esperado nadie a desayunar cuando me he despertado. Por eso estaba enfadada.

Manda narices.

PD. Tito ha vuelto.








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