Día 2
Crisis. Tito, el osito con el que duermes Maite desde el día que naciste - literal - se quedó en el taxi de llegada y anda perdido por Dar es Salaam. Esto, que suena a coña, es un drama. Me viene a ratos la imagen de Tito en los brazos de otro niño, tirado en la alfombrilla de un viejo coche tanzano o abandonado en un arcén.
Papá ha intercambiado un par de WhatsApps en su swahili nivel duolingo con nuestro conductor de ayer para ver si tiene información del paradero de Tito, pero cuando ha recibido un "Lakini Ela ya mafuta hutanipa", no nos ha quedado más remedio que echar mano de Google Translator que rezaba así: "but Ela´s oil will give me". Virgencita.
El conductor trabaja al lado de las oficinas de papá, así que jumatatu - el lunes- veremos si nos devuelven a Tito o qué. Cuando le he dicho que era un osito "very special for my girl" nos ha subido el precio del taxi para que volvamos a quedar, así que, en este plan, llevaré recompensa en un maletín.
Mañana de actividades alrededor de la piscina, como buen hotel de vacaciones que se precie, si no fuera porque hoy os habéis entregado, con vuestro padre y tres lugareños, a una clase de aqua aerobic con botellas viejas llenas de agua a modo de pesas. Papá y su modo "me apunto" de estos últimos meses.
Nos encontramos por fin con Ana, que llega a buscarnos tres horas de reloj después de lo que habíamos quedado, yo doy vueltas como Chiquito de la Calzada y empiezo a pensar que tengo que tomarme los ritmos africanos con más humor. Bonito momento, han pasado 5 años desde la última vez que nos vimos, en una aventura tanzana muy distinta a ésta, y parece que ha sido hace un chasquido.
Ana nos lleva a un vegetariano jamaicano que comparte negocio con una especie de vinoteca, impulsada por tres mujeres emprendedoras de la zona.
La Srta. Hacendado se tuerce con tanta berenjena, tofu y bolitas rellenas varias, y eso que los platos del Kingston, no solo están deliciosos sino que tienen una presentación impecable. Acabamos tirando de la carta del restaurante contiguo, para pelearnos con un pollo con arroz y judías, y un lobster mac & cheese de poco éxito. Lo que te rondaré morena.
Y aquí comienza nuestra peregrinación de Uber tanzano. Una aplicación que ha llegado al país y ha acabado con el encanto de las negociaciones eternas a pie de calle de unos centimos arriba o abajo. Yo, que sigo trabada en mi nivel iniciación "Karibu, Asante, Asante sana" como mucho, que me daría para poca negociación, prefiero darle al botón y pedir online un Uber bajaje, una especie de moto de 3 ruedas con caparazón, donde cabe el metrito cuadrado de nuestra familia.
Las hay de distintos colores, y Uber te avisa, no solo del nombre de tu conductor, sino también del color de su bajaje a modo de matrícula. Lo malo es que a veces llega otro conductor, igual pariente del usuario del supuesto conductor, con un bajaje, lo mismo de otro color. La globalización de la tecnología, pero sin estresarnos mucho.
De los tres bajaj que hemos cogido hoy, todos sin excepción se han perdido para llegar a buscarnos. Según Ana, en Tanzania no saben leer mapas, así que conseguir que el conductor te encuentre, pasa por dos o tres llamadas de teléfono - en Swahili-, para explicarle, a la altura de qué árbol y puesto callejero te encuentras. Yo observo boquiabierta, intentando interiorizar la operación, ya que a partir del lunes nos tenemos que buscar la vida las tres solas para llegar a la ONG que está en un pueblo al norte. Cada vez que papá dice, -pero si es muy fácil mujer-, y se pone a intercambiar palabrejas con el conductor por teléfono mientras vemos el cochecito desviarse una y otra vez en el mapa de Uber, me entran los siete males.
Creo que habéis descubierto vuestro parque de atracciones particular, a ritmo de moto de colores, sorteando el tráfico entre baches, arcenes y frenazos. Os turnáis para el asiento de la puerta, "el que no tiene puerta", para sacar la mano y saludar a los transeúntes a modo reina de Inglaterra, versión eufórica. Será también porque aquí se conduce por la izquierda y las cerraduras se abren en sentido contrario a las agujas del reloj. Rebeldía de la herencia commonwealth.
Inspirada en el paisaje, hasta has hecho la conexión, Maite, de que esto te recordaba a Cartagena. Me quedo pensando y no me atrevo a preguntar por qué. Y deja por favor esa mano dentro del habitáculo, que vamos a adelantar a algún paisano de los que llevan largos tubos o vigas por el arcén, y te la van a cepillar en una de estas.
Llegamos por fin a casa de Ana a conocer a Morena, que ve en tus gafas, Julia, las primeras de su vida. Papá ataca la hamaca colgada de la pared que lleva su nombre y tarda un suspiro en entregarse a morfeo. Escudriñáis cada elemento del plato vegetariano que tiene Morena como cena, y pienso en los hijos que hacemos las madres. Recuerdo mi difícil relación con la comida en mi viaje a Tanzania hace 5 años, y sufro hoy cada vez que os ofrecen algo nuevo. Venimos entrenadas de casa, y hemos acordado que probaremos por lo menos una cosa nueva al día.
Hoy ha tocado la papaya, unos huevos con ligero sabor a pescado - del pienso que comen las gallinas - y un helado de vainilla de supermercado, de marca desconocida. Lo que se llama salir de la zona de confort, vamos.
Mientras esperamos a que llegue Agustino en su Uber rojo a la salida del supermercado, os animo a jugar en un parque repleto de niños. Según pensaba yo, -qué bonico, mis hijas las únicas blanquitas del lugar, si al final los niños son niños en todas partes del mundo-, de repente, como aquel chiste del macarra en un apagón de un tren que le da un guantazo a un cura por la cara, tu llanto desconsolado, Maite, me devuelve a la realidad.
.- Mami, un niño me acaba de dar un manotazo en toda la cara, así porque sí, ¡y encima se echa a reír y todos los niños con él! ¡Y luego ha salido... rodando!
Y mientras buscaba mi argumento para consolarte y que entendieras qué podía haber pasado... (puede que aquí un guantazo en el parque antes de salir rondando... ejem... quiera decir, su intención... igual... ¿y si voy y le devuelvo el guantazo al niño y le ayudo a rodar mejor?), en ese segundo, apareces tú, Julia:
.- Mis chancletas purpurina, han desaparecido!
Gracias a que está ya anocheciendo, consigo, entre tus sollozos, Maite, ver brillar los pies de una niña correteando.

En ese momento no hemos piado, y hemos recuperado por suerte y en silencio cobarde las chancletas, que la niña de trencitas saladas se ha quitado con la misma despreocupación con la que se había calzado. En el último bajaje, papá nos da las claves para haber reclamado esa chancleta como un local: Biatu jangu! o lo que viene siendo "zapato-mío".
De regreso a casa, con la brisa de la noche que suaviza un largo día de calor pegajoso, asistimos las tres, ojopláticas, a la conversación entre papá y Agustino con tanta naturalidad, que habéis interiorizado que vuestro padre es bilingüe en Swahili.
.- Vamos chicas, a la cama-, en casa después de cenar, en tono de "no lo repito más".
.- Maite, alargando, con tono de interés: .- "Papá, ¿como se dice "a la cama" en swahili?"
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