Día 3
Once años faltan para que cumplas 18 Julia y podamos seguir los pasos de Germán. Esos son 62 y 56 de los nuestros, tela.
Hoy domingo, entre arena fina blanca y aguas cristalinas de la isla de Mbudya, en el archipiélago de Zanzíbar, hemos viajado en nuestras cabecitas por todos los rincones del mapa con Germán, un argentino que lleva ocho años dando la vuelta al mundo en su motocicleta.
Estábamos todavía sentados en el barco que nos acercaría a la isla desde la península, Morena, Ana, Sunday y nosotros cuatro, cuando se ha subido en el último momento Germán, que nos ha oído hablar español. Y claro, hemos tirado del, qué te trae por aquí.
.- Ay, de vuelta al mundo, que guay.
.- ¿En moto? 😳 Guau. ¿Y cuánto tiempo llevas?
.- 8 años.
.- ¿Perdona?
Lo primero que me viene a la cabeza es cómo se financia uno eso, pero nos hemos conocido hace dos minutos exactos, así que reviso mejor mi repertorio de preguntas menos arriesgadas.
.- ¿ Con cuanto tiempo lo preparaste antes de marchar?
.- 30 años. Pasé 30 años de mi vida planeando este proyecto.
Touchée.
Ocho años en motocicleta, con su mujer Claudia, que ha volado a Argentina para el nacimiento de su primer nieto y regresará en breve para seguir el viaje juntos. Años que dan para unas cuantas historias, de fronteras imposibles, de papeleos farragosos, de accidentes en la selva del Amazonas o de escayolas improvisadas en el desierto australiano con dos ramas y una botella de coca-cola.
.- Esperamos a que el pequeño de nuestros tres hijos cumpliera los 18 años y salimos de Ushuaia a Alaska. Claudia se despertó una mañana en Bolivia apenas habíamos salida de casa diciendo, ¿pero qué estamos haciendo? ¡Nos necesitan, regresemos con los chicos! Pero un día, la mediana, que es la administradora de la "plata", dijo, hermanos, llegó la factura de la luz, tenemos que hacernos cargo. Y el pequeño dijo, ah pero, esto de la luz, ¿hay que pagarlo?
Y ahí pensaron que, seguir rumbo a Alaska en su motocicleta, y de ahí saltar océanos, era otra manera de hacerse cargo de los chicos.
Germán habla de sus aventuras en carretera con la misma armonía con la que habla del arraigo a su familia. Es listo, intrépido, y disfrutón, después de tantos años le sigue fascinando cada regalo de la naturaleza y cada nuevo encuentro. Tiene tan los pies en la tierra que hace más meritoria su hazaña si cabe. Un segundo está relatando un episodio de arresto en la selva, el siguiente exhibe orgulloso una foto de su nieto. Y mira a Morena con ojos tiernos de abuelo.
Ajenas a las proezas de Germán, solo conseguiréis aterrizar su aventura cuando os subís al final del día a su BMW, ante sus maletas tatuadas con pegatinas de todos los países que ha recorrido hasta ahora. Os quedáis como siempre en las pequeñas cosas del momento, huyendo de un cangrejo blanco gigante que os mira de reojo entre la arena, buscando con papá peces que no se dejan ver, dando botes en el maletero del coche de Ana o comiendo pescado a la parrilla con las manos.
.- Maite, vete a lavarte las manos al agua, mira cómo las tienes.
.- Que no, mami, ¡que me voy a chupar tooodos los dedos!
Comentamos con Germán, Sunday y Ana el placer de comer con las manos.
.- ¿Y entonces por qué en casa nos insistís tanto con los cubiertos?
Os hablo del baobab que habíais visto en cuentos y que aquí en Mbudya nos observa imponente mientras nos bañamos en el mar.
.- Chicas, tener un baobab aquí, en una isla paradisíaca, es un regalo de África - insisto, poniendo en valor la oportunidad única de estar aquí hoy, por si os da por pensar que esto es el pan nuestro de cada día.
.- De los días de cole que vamos a perder, ¿podemos pasarlos todos aquí?
Yo estoy por colgar la hamaca de una rama del baobab y saltarme lo que queda de curso.
Esta noche en Azura, nuestra residencia, hay una celebración de boda. Él cristiano, ella musulmana, como buena representación de las dos religiones del país. Un estridente escenario sobrecargado de flores con tronos blancos rimbombantes para los novios preside la disposición de mesas redondas con mantel rosa de brilli brilli, invadidas por un dron que se pasea por las cabezas de los invitados.
Un animador del cotarro se encarga micrófono en mano de amenizar durante horas y horas con cierta parsimonia a los comensales que apenas hablan entre ellos, y hasta acerca el micro a la afortunada que recibe el ramo - yo pensando, ya verás, todavía le entrevista el tío!
Un grupo de invitados sale al escenario a ofrecer un baile a los novios, con pasos en línea repetidos en las cuatro direcciones al puro estilo "Saturday night" de los noventa. Tres hermanos espigados de pantalón negro estrecho, camisa blanca y pajarita mueven el culo en pompa con la gracia que les da la raza.
.- Maite, hija, una persona negra siempre nos dará mil vueltas bailando, lo llevan en la sangre.
.- Oye, mami-, con tono de, no seas así y me quieras cortar las alas.
Como colofón de un día magnifico en la isla, observamos la eterna celebración agazapados detrás de la mesa de mezclas del DJ, para que no se nos vea en la oscuridad, como niños hambrientos que no han sido invitados a un ágape.
Y no, hambre no pasamos porque tenemos en casa una nevera última generación y una mini cocina humilde. Eso sí, la nevera funciona hasta que se agota la electricidad que hemos cargado en nuestro bungaló - esto va como el ticket de aquellos parkings callejeros antiguos que se quedan a cero y salta la banderita roja, y ayer nos quedamos a oscuras. Por cierto, tal y como nos pasó en el aeropuerto recién llegados. Sí, el aeropuerto, a oscuras unos minutillos, aquí paz y después gloria. La cocina es más bien territorio de las hormigas-amigas, ayer contamos una familia de cientos explorando el interior de una barra de pan olvidada en un armario.
Aquí el género es escaso y poco variado, así que la comida toma una dimensión de otro planeta. Hasta hemos contado las lonchas de un paquete de paleta de jabugo envasado al vacío que ha llegado en una maleta, y las hemos dividido por los días de estancia.
.- Yo lo dividiría entre dos primero y le dejaba la mitad a papi para el mes que le queda cuando nos vayamos.
Maite, te como.
Y suerte, Germán, nos vemos en 11 años... o antes, ¿no?
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